A pesar del
entorno social y familiar en que vivimos, se observa con verdadera alegría como
algunos acontecimientos dan esperanza al maltrecho cuerpo de la vida. Junto a
las alarmantes noticias económicas, políticas, sociales y de vecindario, a
veces se cuela alguna que hace reverdecer los corazones. Es como si en un día
caluroso, abriésemos la ventana y recibiéramos una fresca brisa que despierta
tu aletargado cuerpo.
Me cuentan
que al llegar la cruz y el ícono de la JMJ, al centro penitenciario de Martutene
en 2010, el obispo de San Sebastián, Mons. Munilla pidió a la Pastoral
Penitenciaria que organizara una peregrinación a Madrid para los reclusos que
pudieran acudir. Veinte personas, entre reclusos, y otras personas vinculadas a
la prisión, partieron en agosto rumbo al encuentro con el Papa un año después.
Fue hermoso
observar como esas vidas encerradas y desprovistas de esperanzas, fueran
recobrándolas en su estancia en Cuatro Vientos, comentando los reclusos que
"Algunos aprovechamos la gracia de recibir el Sacramento de la
Confesión”. Después de su celebración eucarísticas y de pasar ese domingo
con el Papa esos reclusos dijeron: “nosotros
no pudimos conciliar el sueño por la emoción que nos embargaba...¡nos sentíamos
libres!”
¡Que
hermoso!, ¿verdad?, un día que para algunos pudiera ser rutinario e incluso
aburrido, para esos reclusos resultó ser el mas apasionante de sus vidas. En su
misiva, enviada al Papa, manifestaban que "resumir todo lo que nos dijo es
imposible, pero en nuestro corazón resuena el eco de algunas de sus palabras:
‘decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí.
Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y
me amas. Yo me fío de ti y pongo mi
vida entera en tus manos. Quiero que
seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone".
Ese
acontecimiento hizo que me preguntara ¿cuántos de nosotros hemos puestos
nuestras vidas en manos de Jesús? La felicidad, tan codiciada por todos, puede ser
algo tan sencillo como mostrar nuestra humildad al Señor, ponernos en sus manos
y dejar hacer su voluntad. Pero comprendo, por otra parte, la dificultad que
entraña para muchas personas el tener que confiar en Aquel desconocido que solo
parece estar en los ambientes religiosos. Pero, ¿Qué ocurrió en los corazones
de esos reclusos?, ¿estaban acaso ellos en un “ambiente religioso”?.
El ser
humano tiene los pecados de orgullo, soberbia, pereza y envidia (entre otros
posibles), algunos de los capitales, que son vicios opuestos a la enseñanza
moral que el catolicismo y el cristianismo transmiten. Soberbia y orgullo, que
nos quieren hacer mas que los demás, ¿como voy yo a mendigar y ponerme en manos
de Jesús?. Pero ¿acaso sabes quien es Jesús?. La pereza, nos lleva a cejar de
nuestras obligaciones, es la “tristeza de ánimo”. La envidia, que junto a la
avaricia nos sumerge en un abismo de deseo difícilmente controlable. Pero, el
remedio a todos esos vicios, es la humildad.
Para
ser humilde lo primero que debemos saber es quienes somos ¿te conoces de
verdad?, si es así, serás consciente de lo que puedes y no puedes hacer, y te
darás cuenta que eres muy pequeño, muy insignificante. Pero también te darás
cuenta que estas ante la presencia de algo mucho mas grande que tu pequeño ser,
tan grande que no queda ningún lugar para tu ego. Algo infinito, trascendente,
que impregna todas las cosas, y cuando eres capaz de reconocer esto, te estas
haciendo humilde.
Pero tu me
dirás, como voy a ser humilde en este mundo tan competitivo, tal vez la
respuesta está en tener el equilibrio entre la humildad y el coraje. Mira, nos
dicen que Moisés fue un hombre muy
humilde, sin embargo tuvo el valor de presentarse ante el Faraón y aún mas,
ante Dios. Es por eso que la humildad no debe confundirse con el auto
desprecio, la humildad es grandeza y reconocimiento a Dios por todo lo que
tienes y por todo lo que eres capaz de hacer. El es poder infinito que te
contagia, por su amor, de poderes insospechados, la humildad los hace resurgir
y brillar en este mundo osado, donde todos nos creemos ser su ombligo.
Por eso, unos reclusos se sienten libres, los
enfermos se sienten felices, los pobres se sienten ricos y los ricos se hacen
pobres. Por eso la felicidad no está en el poder que emana de uno mismo, sino
del que emana de Dios, que sabe, antes que tu, lo que realmente te interesa.
¡Jesús, yo me fió de ti!, ese es mi canto, mi oración, mi sentimiento, mi
grito, mi fuerza. ¿Dónde pretendes ir tu solo?
la verdad el articulo me engancha por su sinceridad. Gracias
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