Cuando hablamos de hastío lo podemos referir a dos conceptos principales: el desgaste o aburrimiento producido por algo que se consume en exceso o un sentimiento de disgusto o tedio. Esta segunda definición se refiere a un estado emocional más general, donde la persona siente desinterés, aburrimiento, o una falta de motivación hacia las actividades cotidianas o el mundo en general. El optimismo recuperado por los españoles en la Transición ha ido decayendo gobierno tras gobierno hasta llegar a la situación actual donde se revela la insatisfacción existente por, los continuos casos de corrupción, la falta de respeto institucional y los “manejos entre bambalinas” de un gobierno sin mayorías. Cuando la única respuesta del ejecutivo es decir que todo son conjeturas de la derecha y la extrema derecha, el ciudadano empieza a pensar (que es lo peor para un gobierno) que les está mintiendo. Cuando la mentira no se penaliza y, por el contrario, sirve de coartada para seguir adelante sin dar explicación alguna, el ciudadano esta hastiado, harto de esta situación.
Son muchos españoles que se cuestionan si ese hastío, que lleva a perder interés por los acontecimientos políticos que día tras día bombardean a nuestra sociedad, no será conscientemente provocado por el poder establecido. Pensar así, no resulta conspiratorio ante el oscurantismo, opacidad, y falta de transparencia e integridad, que el Ejecutivo muestras en todas sus comparecencias. La ciudadanía está cansada de los continuos reproches, falta de respeto y respuestas irónicas ante situaciones tan graves como las que estamos viviendo. Harta de tantos intentos de distracción mediática de aquellos medios de comunicación alineados con interese empresariales o políticos para dispersar la atención política y fomentan el olvido selectivo. Aburridos por la polarización como mecanismo de defensa, magnificando la corrupción del “otro” y minimizando la “propia”. Es cuando el hastío, se convierte en una herramienta para una gobernanza sin reproches.
Es así, como se entra en una actitud de resignación y falta de interés por la vida política. Es la desesperanza ante una situación que no tiene posibilidad de recambio. Es el silencio que lleva irremediablemente a la muerte social de una persona o grupo de personas, es el “qué más da” o lo que es peor, la rapidez con que la sociedad española olvida o desactiva su indignación ante los casos de corrupción del Estado. Una sociedad donde la comunicación es limita o inhibida, es una sociedad silente, sorda y muerta políticamente. Es la sociedad deseada por los malos gobiernos conocedores de que la saturación y normalización de la corrupción, ante la repetición de escándalos (muchos a gran escala), hace que lo excepcional pasa a ser lo habitual, generando un efecto de “anestesia social” que lo normaliza.
¿Cómo no va a ver hastío en una sociedad que observa la falta de consecuencias reales ante tantos escándalos? ¿Cómo no desesperanza al ver que se transmite la idea de que el poder político tiene una red de protección que lo blinda? ¿O, cómo no desánimo cuando se ve que hay millones de personas capaces de renunciar al Estado de derecho por mantener en el poder a un hombre? Aunque la desmemoria social frente a la corrupción tiene raíces profundas, nada es eterno. Una ciudadanía crítica, informada y organizada puede romper el ciclo. El papel de la sociedad en la lucha contra la corrupción y el desmantelamiento institucional es fundamental. La queja sistémica no cambia gobiernos. Los cambia, la denuncia, la exigencia de transparencia institucional, las movilizaciones sociales, los medios independientes y un poder judicial independiente crucial para un Estado de Derecho.