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"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





sábado, 27 de abril de 2019

FEMINISMO O MACHISMO CON FALDAS


El feminismo actual, para algunos de cuarta generación, está basado en la ideología de género que establece como base de sus reivindicaciones que las diferencias entre el hombre y la mujer son construcciones culturales, un aprendizaje social independiente del sexo, es decir diferencias culturales y no biológicas. Desde las primeras reivindicaciones de la mujer para alcanzar un status social, político y laboral semejante al masculino, al feminismo tradicional se ha ido uniendo varias corrientes de pensamiento que han aportado su ideología hasta llegar a este cuerpo doctrinal lleno de evidentes contradicciones que llamamos ideología de género.
En un primer momento, el movimiento conocido como “feminismo”, que aparece en una revista de finales del siglo XIX (La Citoyenne, 1882), reivindicaba el derecho al voto femenino, a ejercer profesiones consideradas como “masculinas”, al acceso a las universidades y el obtener un salario digno. Los años 60 aportan una nueva ola feminista liberal representada por la NOW (National Organization for Woman) de Betty Friedan –La Mística de a feminidad, 1963- que radicaliza el pensamiento de Simone de Beauvoir. Paralelamente, la liberación sexual de la mujer supone que ésta se comporte frente al sexo como podría comportarse un varón, es la liberación sexual que exige un sexo sin “consecuencias indeseadas”, es decir, sin maternidad para la mujer: y ahí son determinantes la homosexualidad, la anticoncepción y el aborto. Este feminismo radical, protagonista de los años 60-70 del siglo XX, llamado de tercera generación, presenta dos perfiles: uno liberal-reformista: orientado a que la mujer sea dueña de su propio cuerpo; otro activista político: centrado en la lucha de clases y en la búsqueda de la desaparición de la familia causa de la opresión feminista. En ambas variantes se detectan dos características que derivan de su base ideológica socialista: la falta de ética en la utilización de los medios para obtener sus fines y el totalitarismo en la imposición de sus postulados.
Es en 1975, en la conferencia de Naciones Unidas sobre la mujer, donde irrumpen con exigencias las feministas de género. A lo largo de los años 80 y 90 del pasado siglo, las ideólogas de este feminismo de género, en su inmensa mayoría lesbianas, fueron radicalizando la ideología y disociándose definitivamente de la biología femenina. Esta nueva ola de feminismo llamado de género, tal y como aparece en el libro de Cristina Hoff Sommer “Quién robo el feminismo”, se contrapone al feminismo de equidad, que busca la igualdad de derechos y dignidad para todos. El feminismo de género considera que el sexo es discriminatorio por sí mismo ya que el sexo es diferente para hombres y mujeres, sin embargo, el género, es decir, la construcción social que de nuestra sexualidad hagamos, deslindada de la realidad biológica, es totalmente antidiscriminatorio, según los parámetros de la ideología de género. Es entonces cuando la libertad de las mujeres se asoció a su salud sexual y reproductiva, a la desaparición de “consecuencias indeseadas y discriminatorias” de la biología, es decir, aborto, contracepción, vientres de alquiler, etc., cuyos resultados acarrea a la mujer prejuicios para la salud y traumas por la eliminación de un hijo en formación, ¿hasta qué punto la cuota a pagar por una liberación sexual al margen de la biología, está siendo un precio excesivo para la propia mujer a la que se dice beneficiar?
Desaparecido el feminismo de equidad, por este nuevo feminismo tan extremista, los movimientos feministas toman una nueva deriva de radicalización que va unida a la renuncia absoluta al cuerpo femenino. Con una creciente mayoría de representantes partidarios de estas teorías en la ONU y de la multinacional del aborto International Planned Parenthood (IPPF) diseñando los programas de “salud sexual y reproductiva” de la mujer, teóricamente buscando el beneficio de la mujer pero, en la práctica, embolsándose increíbles cantidades de dinero por ello. La deriva de género se empieza a imponer al mundo mediante diversos tratados que obligan a los países firmantes. Es en la IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, celebrada en Pekín (septiembre 1995), en la que se instauró el uso de la palabra “género” como el rol social, que en nada tiene que ver con el sexo al que se pertenece, que viene asignado por la educación que se recibe y no a la biología que es lo evidente. A partir de Pekín, el desembarco de la ideología de género ha sido un paseo triunfal por un mundo engañado, desprevenido o sin capacidad de defenderse.
La ideología de género afirma que hombres y mujeres somos exactamente iguales en todo, no sólo en dignidad y derechos, sino que afirma que tenemos las mismas percepciones, capacidades, gustos, deseos, comportamientos e intereses y que somos intercambiables, como dos ladrillos en una pared, sí se nos educa de igual forma. Puesto que es la educación, y no la biología, la que nos hace hombres o mujeres, la “culpa” de que una mujer sea tal cosa es de los vestidos, las muñecas, el color rosa y el ejemplo nefasto de su madre. De esa misma forma, los balones, los juegos competitivos, el color azul y el referente paterno es lo que hace varón al hombre. Igualmente sería de esperar que una educación idéntica nos hiciera ser idénticos. Esta deriva hacia el feminismo de género confunde el cuerpo y la fisiología con organigramas culturales y sociales, pensando que negar una realidad la va hacer desaparecer. Una deriva que llega a considerar como culpable de todos los males de la mujer al hombre a quién, en palabras de Andy Warhol, habría que exterminarlo y evitar traerlos al mundo.
Estas ideas se están difundiendo constantemente en manifestaciones y coloquios de la ideología de género, sin que nadie prohíba su difusión. Unas ideas, comparables al “Mein Kampf” de A. Hitler, que vertebran el discurso feminista de esta cuarta generación incitando a la merma de derechos de los varones que ya aparecen en algunas leyes. Una cuarta generación de feminazis (acrónimo de feministas y nazis), feministas radicalizadas, cuyas ideas no solo se propagan sino que son aplaudidas. Un odio al varón que está ayudando a que muchas mujeres frustradas y sin excesiva capacidad de análisis aborrezcan, de forma irracional y hasta querer su muerte, a un colectivo al que culpan de todas las maldades en el más puro estilo utilizado por regímenes dictatoriales de triste recuerdo contra etnias, religiones o razas “eliminables”. Un hembrismo que reivindica una posición de supremacía femenina equivalente a lo que se achaca al concepto de machismo. Un feminismo que podemos definirlo como el Papa Francisco indicaba de “un machismo con faldas”.

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog: http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @japuigcamps
Publicado 27-04-2019

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