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"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





lunes, 1 de febrero de 2021

PERDIDA DE CAPITAL SOCIAL

 

Desde mitad de los años 1990, una abundante literatura científica se ha desarrollado en torno al concepto de capital social. Un concepto sociológico cuyas perspectivas se centran en buscar los elementos que definen centralmente el capital social: en los individuos (James S. Coleman -Fundamentos de la T. Social, 1990-, o en la sociedad (Robert Putnam -Making Democracy Work, 1993- ). Por capital social, R. Putnam, principal exponente de la utilización del concepto, entiende como “las características de la organización social, tales como las redes, las normas y la confianza, que facilitan la coordinación y la cooperación para un beneficio mutuo”. Este capital social se refiere a una ciudadanía que adquiere madurez democrática y dinamismo socioeconómico a través de la propia participación en los asuntos colectivos. Una participación que, por lo tanto, no sirve únicamente para facilitar la prestación de determinados servicios o legitimar determinadas decisiones, sino para promocionar determinadas conductas y actitudes ciudadanas.

Es muy interesante el estudio que Putnam presenta en su obra Making Democracy Work, o en español “Cómo hacer que la democracia funcione”. Se trata de un estudio de campo realizado en Italia durante dos décadas, el trabajo ofrece una amplia evidencia empírica sobre la importancia del capital social representado por la "comunidad cívica" en el desarrollo y el desempeño de las instituciones democráticas. Putnam llama una comunidad cívica ideal, a la que se aproximaría una sociedad con abundancia de capital social, destacando las siguientes: el compromiso cívico (participación de la gente en los asuntos públicos); la igualdad política (que entraña los mismos derechos y obligaciones para todos); la solidaridad, la confianza y la tolerancia (ciudadanos amables y que confían entre sí, aun cuando disientan en cuestiones sustanciales) y las asociaciones civiles (que encarnan y refuerzan las normas y valores de la comunidad cívica). Su estudio de campo ofrece una amplia evidencia de las diferencias regionales en su desarrollo cívico a través de su índice de comunidad cívica, con cuatro indicadores: asociaciones por habitante; lectura de prensa; participación en referéndums y las prácticas clientelísticas.

En las regiones más cívicas los ciudadanos participaban en numerosas asociaciones, leían más periódicos, confiaban más entre sí y respetaban la ley. Los dirigentes políticos eran relativamente honestos, creían en ideas de igualdad política y, si bien no faltaba el conflicto o la controversia, estaban predispuestos a resolver sus diferencias. En las regiones menos cívicas la vida pública estaba organizada de modo jerárquico, los asuntos públicos eran cosa de "los políticos", la participación estaba impulsada por la dependencia o el interés particular y la corrupción era la norma. Putnam nos muestra con este estudio dos tipos de sociedad: la cívica, con un capital social rico, y la sociedad incívica, con una gran pérdida de capital social. Cuando un territorio, región o ciudad, carece de ese capital social se escenifica la sociedad desarticulada y degradada, donde el clientelismo constituye para sus miembros la mejor opción de supervivencia; donde los individuos carecen de vínculos de solidaridad horizontal fuera de la familia; donde la desconfianza, generalizada, se manifestaba en un gran individualismo y en la actitud de ciertos sectores de la sociedad de sacar ventaja a expensas de la comunidad.

En toda sociedad para gestionar situaciones de crisis, ya sea una pandemia, un estallido social u otras, dos son los componentes claves: la gobernanza y el capital social. Si el gobierno no está capacitado para actuar con eficacia, eficiencia y prontitud, componentes claves de la gobernanza, las consecuencias de una crisis pueden ser desastrosas. Si ese gobierno no es ejemplar en su forma de gobernar, los ciudadanos pierden la confianza,  la solidaridad y la tolerancia, así como su compromiso cívico y con todo ello se pierde el capital social. De estos riesgos aprendimos a protegernos en democracia con algunos acuerdos fundamentales como son, el imperio de la ley, la custodia y protección de los derechos civiles, la separación de poderes o la condición vinculante de los contratos. Sin embargo actualmente parecen que estas verdades estén puestas en evidencia.

La quiebra estrepitosa de una nación se inicia, como está sucediendo en España, cuando en los ciudadanos se instala, la desconfianza mutua, la incapacidad de dialogo, el clientelismo vergonzante, el individualismo egoísta y oportunista, la perdida de respeto en las instituciones, y donde se estimula vivir sin principios y sin valores. En estas condiciones el capital social está en declive y la sociedad se degrada. La degradación de un pueblo es el paso inmediato a la tiranización. El tirano no es un producto de generación espontánea: es el producto, como decía Ricardo Flores Magón, de la generación de los pueblos. Pueblo degradado, pueblo tiranizado. El mal, pues, está ahí, en la masa de los sufridos y los resignados, en el montón amorfo de los que están conformes con su suerte.   

José Antonio Puig Camps. (Dr. Ingeniero Agrónomo y Sociólogo)

AGEA Valencia (https://agea.es)

Blog: http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/

Twitter: @japuigcamps

Publicado 01-02-2021

 

 

 

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