Se
considera acción colectiva toda acción conjunta que persigue unos intereses
comunes y que para conseguirlos desarrolla unas prácticas de movilización
concretas. Si nos centramos en la acción colectiva política, debemos matizar
que esa acción conjunta defenderá unos intereses comunes, con la pretensión de
perjudicar la distribución del poder imperante o influir en la toma de
decisiones públicas. Evidentemente toda acción colectiva debe motivar a los
sujetos para que estos acepten la movilización y sus consecuencias o frutos.
Charles Tilly, sociólogo y politólogo de la Universidad de Harvard y Oxford, estableció
los elementos que componen una acción colectiva política: intereses,
organización, movilización y oportunidad política. Es decir, se trata de
acciones realizadas por un conjunto de sujetos motivados por unos intereses
comunes, que adoptan una forma de organización más o menos estructurada, y
diseñan unas prácticas de movilización concretas, actuando en una estructura de
oportunidad política que facilitará o dificultará la acción y condicionará sus
posibilidades de influir en la articulación del poder.
En
relación con el primer elemento, los intereses, se estima que deben existir
unos objetivos definidos, desechándose aquellos otros fenómenos de
comportamiento colectivo como las reacciones de pánico o coyunturales, que no
generan pautas de continuidad. La persistencia de la acción en el tiempo es
requisito imprescindible para que exista el segundo elemento básico: la
organización. Por lo tanto, quedarían al margen los brotes espontáneos de
protesta, a no ser que sean el desencadenante de acciones posteriores. La
movilización puede ser de tipo social, llamada modelo base, o grupos de interés
y partidos políticos. Las de tipo social sus prácticas se centran en la
protesta, pretenden influir en la vida política a través de la movilización. Un
movimiento social puede acabar convirtiéndose en partido político, un partido
político puede poseer características prototípicas de un movimiento social, y
un movimiento social puede derivar en grupo de interés. En España un ejemplo
claro de movimiento convertido en partido político lo tenemos con Podemos. Una
formación política, fruto del espíritu de los “indignados” y del 15-M,
articulada en torno a miembros de Izquierda Anticapitalista en Madrid.
Tan
sólo en épocas relativamente recientes el aspecto cultural ha recibido una
atención importante en el estudio de los movimientos sociales. Un estudio que
siempre ha puesto sobre el tapete la posición del sujeto como elemento clave de
estos movimientos. Los modelos teóricos actuales para interpretar sus acciones
colectivas están en la racionalidad de sus respuestas, en el sentido más amplio
del término, que no excluye lo afectivo emocional, a determinadas tensiones,
conflictos o problemas individuales o colectivos. La aparición racional se
remonta al contexto político y cultural de los años sesenta del cual emergen. Por
lo tanto, los teóricos anteriores que otorgan un carácter básicamente irracional
a las acciones colectivas están superados o integrados en enfoques posteriores.
Unos enfoques que van dejando poco margen a la racionalidad teórica, puesto que
los fenómenos de explosión irracional o desviación social que en estos momentos
sacuden algunas manifestaciones nacionalistas así lo demuestran.
La
crisis institucional (político-económico-social), está configurando entre los
principales partidos una nueva clase política disfuncional, una clase
extractiva que captura voluntades o votos de la mayoría de la población, no
para crear beneficios colectivos sino para asentar su institución en el
colectivo más beneficiado. Partidos de masas dirigidos en la práctica por
pequeñas oligarquías, con un poder desmesurado que cristaliza en unas redes
clientelares, que miran sobre todo por lo suyo y no por los intereses
generales. Esas redes, para no perder sus privilegios, van construyendo
aquellos elementos claves para la acción colectiva de intereses, organización,
movilización y oportunidad política, que les permitirá cambiar gobiernos,
institucionalizar modas, esclavizar voluntades y hacer atractivo lo inmoral y
maléfico. Todo un magisterio de ocultación de la verdad será el imperio de
estas nuevas clases políticas.
La
teoría de oportunidad política asegura que las acciones de los activistas
dependen de la existencia – o carencia – de una oportunidad política
específica. La oportunidad política se refiere a la receptividad o fragilidad
de los sistemas políticos existentes. Esta vulnerabilidad puede ser el
resultado del crecimiento del pluralismo político, un declive de la eficacia de
la represión, la desunión de las élites o el apoyo a la oposición organizada
por parte de las élites. Esto último fue el origen del crecimiento nacionalista
alemán que le dio el poder democrático a Hitler. Pero debemos ser conscientes
de que el problema no es el modelo democrático. No hay mejor régimen que el
asentado en la soberanía popular y en una acción política y social moralizantes
basadas en el Estado de Derecho. Pero ese modelo exige una gestión ejemplar que
limpie de una vez la actual atmósfera de inmoralidad pública y privada que nos
asfixia.
José Antonio
Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog:
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter:
@japuigcamps
Publicado 29-04-2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario