La familia, como estructura familiar, ha sido objeto de crítica en las teorías marxistas al considerarla como una herramienta del capitalismo. Creen que sus funciones principales son reproducir fuerza de trabajo, transmitir la propiedad privada (mantenimiento de la desigualdad de clases) y actuar como unidad de consumo para sostener la economía capitalista. Friedrich Engels, uno de los padres del marxismo junto con Karl Marx, desarrolló teorías sobre la familia en su obra “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” (1884), donde sostiene que la monogamia y las estructuras familiares surgieron de la propiedad privada. Algunos críticos argumentan que Engels da demasiada importancia a la economía como factor determinante en la evolución de la familia, sin tener en cuenta que otros factores como la cultura, la religión y la política, también juegan un papel significativo en las estructuras familiares.
La vida cambia continuamente ante nuestros ojos; antiguos hábitos y costumbres desaparecen poco a poco. Toda la existencia de la familia proletaria se modifica y organiza en forma tan nueva, tan fuera de lo corriente, tan extraña, como nunca pudimos imaginar. Pero la familia como estructura social básica en la que padres e hijos se relacionan entre sí, basándose esta relación en lazos afectivos, forman un sistema afectado por una doble interdependencia; los miembros entre sí y la interacción con el entorno. Por eso, su modificación afecta de manera directa en la organización social. La familia es el primer espacio donde se aprenden valores:respeto, solidaridad, la honestidad y la responsabilidad, los cuales contribuyen a la cohesión social, la perseveración cultural, el comportamiento ético y el desarrollo de ciudadanos responsables. Es a través del fomento y el fortalecimiento de los valores familiares que podemos crear una sociedad que se caracterice por la compasión, la integridad y el compromiso con el bien común.
Considerando la familia como grupo formado por adultos que conviven con hijos suyos no emancipados la realidad presenta negras sombras tanto en lo cuantitativo, cualitativo y económico. Cuantitativamente, por el desplome de la familia que ha ido en aumento debido a la caída del número medio de sus miembros y al desplome de la natalidad y el auge de la monoparentalidad. Cualitativamente, porque ahora mucha menos gente opta por casarse frente a sus alternativas de vivir en pareja de hecho o sola, y por la facilidad legal de una ruptura matrimonial. Económicamente, dado que la familia tiene menos ayudas económicas, alta tasa de desempleo, alta carga impositiva y esfuerzo económico para acceder a una vivienda. Por el contrario, las mayores mejoras que afectan a la familia se han dado en el campo de la salud y esperanza de vida, lo cual es muy importante.
La modernidad individualista está arrasando todo vestigio de afectividad paternofilial y entre cónyuges. Pero las familias aguantan la furia que contra ellas acomete el progresismo para destruirla. No sólo eso, sino que salvan al sistema de su quiebra dando cobertura a sus miembros en las etapas de la vida donde se es más vulnerable (infancia, vejez o enfermedad), allí donde las instituciones del estado han fallado. Una sociedad que protege a la familia es una sociedad que valora el sentido de comunidad, como sentimiento de pertenencia a una comunidad que le apoya y valora, desprendiéndose del individualismo destructivo que lleva a una ética de desesperanza y del sálvese quien pueda. Contra el neo individualismo de nuestra época está la familia como gran soporte emocional que proporciona un entorno de amor, seguridad y comprensión, un refugio ante las adversidades brindando estabilidad económica, emocional y física, especialmente en momentos difíciles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario